Todo lo que quieras ser, seràs.

miércoles, 26 de enero de 2011

Zen


Mi maestro...mi maestro se llamó Lu. El me enseñó la esencia de la vida, esa que uno cree entender hasta que la siente y la vive de cerca, tan cerca como para entender que se encuentra dentro de uno mismo. Y, aunque uno lo haya leído en mil páginas de incontables libros no la hace suya hasta que la mirada de las cosas cambia de ángulo haciendo de soporte entre este tiempo y el verdadero tiempo que no es aquel.
Mi maestro pasó por esta vida mía muy poco tiempo. Mi maestro se me presentó y primeramente me observó como quien observa a su alumno tratando de resolver ecuaciones, en mi caso me observaba como trataba de vivir entre el tejido de sentido en el cual estaba inmersa. Cuando estuvo seguro de que yo iba a acudir a su llamado, dio el primer paso, yo sentí admiración automáticamente por él y distendida mente me entregué a su sabiduría. El andaba por las calles como cualquier persona por ello muchos no sabían ni sabrán que él estuvo por aquí. El sacó un espejo de su bolsillo y con dulzura paralizante me mostró mi inseguridad y mis sueños que no eran más que los que otros me hacían soñar. Mi maestro me albergó, me dio comida y protección. Yo no era consiente en absoluto de lo que estaba viviendo, sólo sentía una admiración incontrolable y una paz que sólo su amor desinteresado lograba hacerme sentir.
Mi maestro al tiempo compartido se distanció de mí, yo, inmersa en la ordinaria vida mundana, sólo opté por enojarme hacia él, buscando culpa por mi descontento y abandono. Nunca podía despegarme de su recuerdo y día tras día lo recordaba y en mi crecía esa amargura que no lograba controlar, pero la ambigüedad de mis sentimientos lo llamaba una y otra vez. Al tiempo volvió y me hizo ver que existen muchas verdades y uno siempre debe preguntarse si aquella es la más certera. Me demostró que me equivocaba una vez más, y para mi asombro, me lo decía de la mejor manera posible y sin regaños, hasta él se mostraba humanamente errado, era tan la bondad que emanaba de sí, que sentía hasta vergüenza de recibir tanto. En ese punto de las cosas no sabía como actuar y me quería refugiar y cerrarme en mi misma como aprendí a hacerlo desde niña, pero él me tomó del brazo y mirándome fijo a los ojos, con dulces palabras que salían de su boca me enseño que no estaba sola, me prestó su hombro y su ser.
Mi maestro me dio tiempo para recapacitar, para meditar pero siempre estuvo presente, como siempre con sus detalles, el valor de los detalles, la contención de los mismos.
Mi maestro un día próximo partió y me volvió a enseñar que estamos aquí para aprender, que esto es solo pasajero, que el amor es infinito que debo mirar a lo realmente importante de esta vida. Que no importa el tiempo, que se puede aprender en una vida, en muchas, en menos de un dìa….. lo esencial, la plenitud de la mente, lo verdaderamente humano, la budeidad de las cosas.